Algunas claves del conflicto en Turkestán Este
Txente Rekondo / Rebelión
Las noticias de muertes y enfrentamientos en Urumchi han vuelto a centrar la atención informativa de muchos medios de comunicación y de buena parte de la llamada comunidad internacional. El pueblo uighur lleva muchas décadas defendiendo su derecho a constituirse como estado propio, Turkestán Este, una realidad que desde Beijing quieren ocultar, otorgándole el nombre de Xinjiang (“nueva tierra o nuevos territorios” en chino).
Es evidente que buena parte de los que ahora prestan atención a los enfrentamientos en aquella zona lo hacen con el indisimulado objetivo de colocar en una delicada situación al gobierno chino, pero al mismo tiempo mantienen una actitud tibia, muy diferente de haber sido el caso de alguna protesta en Tibet, l aniña mimada de buena parte de la comunidad occidental.
Turkestán Este es la patria de los uighures, un pueblo de habla turca y de religión musulmana, que viene a ocupar una extensión tres veces mayor que el estado francés. Actualmente, en la zona ocupada por China habitan cerca de veinte millones de personas, la mitad de los cuales son uighures. Unas cifras que contrastan con el 95% que representaban a finales de los años cuarenta.
Mientras que China mantiene que siempre ha sido una zona controlada por Beijing, lo cierto es que desde la salida de la dinastía Tang en el año 755 hasta la conquista por parte de otra dinastía china, los Quina, en 1758, el poder chino en Turkestán Este era inexistente. La ocupación del siglo diecisiete dio lugar a la denominación posterior de Xingiang, cuya traducción del chino deja entrever esa realidad.
Muchos analistas tienden a presentar el conflicto como la consecuencia directa de una especie de “choque de civilizaciones” (chinos frente a musulmanes), acentuando la centralidad en torno a la religión. Sin embargo, más allá de estas lecturas simplistas, la clave de esta situación de enfrentamiento habría que buscarla en factores políticos y económicos, donde la religión no sería más que uno de esos componentes.
Esta conflictiva situación en torno a Turkestán Este ha permanecido mucho tiempo alejada de las noticias, sin embargo, una serie de acontecimientos a partir de los años ochenta, así como el peso de la diáspora, han permitido que la llamada comunidad internacional tenga que prestar mayor atención al mismo.
Para el gobierno de Beijing, la situación y las demandas del pueblo uighur son “un problema interno”, y sus esfuerzos se encaminan a evitar cualquier participación internacional en la resolución del mismo, así como a identificar los enfrentamientos como una realidad ligada al “terrorismo separatista” y al “radicalismo islamista”.
No obstante, la sucesión de acontecimientos en los años ochenta, con importantes manifestaciones estudiantiles, que tuvieron una clara caracterización uighur, y a las que siguió una dura represión del gobierno central, serán el pistoletazo de salida para la nueva situación que se irá engendrando desde entonces.
A lo largo de los noventa se intensificará el conflicto, con la materialización al menos de tras acontecimientos que agravarán todavía más la situación, y que mostrarán la diversidad de formas de protesta que articulará el pueblo uighur.
En esa década se producirá un alzamiento armado importante en Baren, cerca de Kashgar en 1990; unos años más tarde se sucederán los ataques con bombas contra diferentes objetivos; y finalmente, entre 1996 y 1997 el movimiento uighur articulará toda una campaña de manifestaciones, ataques y protestas. La respuesta china en todos los casos ha sido la de incrementar la represión, con cientos de detenidos y muertos.
La asimilación, la chinificación y la campaña “desarrollar el este” son algunos de los otros pilares de la estrategia de Beijing. Lo que algunos han venido definiendo como el imperialismo económico y político de los Han sobre el pueblo iughur sigue el guión clásico de cualquier proceso colonizador. Turkestán Este es un país rico, con un tercio de las reservas chinas de petróleo y dos tercios de las de carbón están en el territorio. También abundan los minerales y los metales preciosos, el oro, uranio y el cobre. Sin embargo, esa riqueza sólo ha generado beneficios al gobierno chino a a sus colaboradores. De ahí que no sea de extrañar que las mayores tasas de desempleo y pobreza recaigan sobre la población uighur.
Utilizando la falsa imagen de que le pueblo uighur es “demasiado pobre e ignorante” para llevar a cabo por ellos mismos cualquier desarrollo económico, China sigue impulsando su estrategia, forjando en ocasiones lazos de unión entre las algunas élies locales y las élites colonialistas.
El traslado masivo de ciudadanos chinos para desequilibrar la balanza demográfica, la política de “hanhua”, algo así como “hacerlos chinos”, está logrando que la población local acabe siendo minoritaria en su propia tierra y apartada de todos los resortes políticos, económicos o sociales del poder.
Bajo la bandera de la supuesta “modernización”, enmarcada dentro de la pomposa frase de “desarrollar el este”, se sigue una detallada política de marginación hacia los uighures, y de una planificada explotación de los recursos naturales y culturales de los mismos (el plan para derribar el caso antiguo de Kasghar y cederlo posteriormente a empresas chinas para su explotación turística, es el último caso que ha salido a la luz).
Hoy en día, el pueblo uighur sigue dando muestras de su voluntad por conseguir la estatalizad. Y a lo largo de estos años hemos visto cómo las expresiones de protesta han adquirido diferentes formas y expresiones. Desde actos planificados de protestas hasta manifestaciones e incidentes más espontáneos. Pero sobre todo, se puede observar un claro rechazo de la mayoría uighur a los intentos chinos de asimilación y dominación.
Las recientes manifestaciones muestran que el número de personas que toman parte en las mismas de forma espontánea es muy elevado, y son el mejor reflejo de ese rechazo popular a las políticas impuestas por Beijing. La explotación de los recursos naturales y el petróleo, la inmigración Han, el desempleo, las pruebas nucleares, el uso del agua en el desarrollo urbanístico que requiere la expansión colonialista, dejando en una difícil situación a la agricultura local, la discriminación, el aumento de las desigualdades, la persecución de actividades religiosas, que para muchos uighures son parte de su vida cultural y social…son algunos de los motivos que generan la respuesta uighur al colonialismo chino.
La diversidad organizativa del movimiento uighur es una de sus características, con algunos grupos que defienden el carácter nacional de su pueblo y demandan la consecución de un estado llamado Turkestán Este, junto a otros donde predominan las tendencias pan-islamistas, e incluso con esa “mayoría silenciosa” que en ocasiones, y sin una organización estructural tan importante, sale a la calle como hemos visto estos días.
Y en este sentido, en los últimos tiempos está cobrando fuerza la diáspora uighur, sobre todo en torno al Congreso Mundial Uighur, creado en 2004 en Munich, y que puede suponer un giro ante los fracasos de sus predecesores (el Congreso Nacional de Turkestán Este, creado en Turquí en 1992 o el Gobierno en el Exilio de Turkestán Este, surgido en Washington en 2004).
Las comunidades uighures en la diáspora han venido manteniendo sus propias asociaciones, preservando la identidad colectiva de su pueblo, su cultura y su lengua, y promoviendo las aspiraciones nacionales comunes, un Turkestán Este independiente. El papel que está desempeñando la diáspora uighur estos años para dar a conocer la realidad y la lucha de su pueblo es otro de los motivos que han permitido que la situación de Turkestán Este pueda llegar a más lugares y que la resistencia al colonialismo Han se conozca mejor.
TXENTE REKONDO.- Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)
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