“Europa”, unión de trastos, chupatintas y esclavistas


Carlos X. Blanco / Rebelión

Ahora que toca votar para las europeas, convendría hacer reflexión sobre qué es esa entidad, Unión Europea, que va a dirigir nuestras vidas en asuntos esenciales y que ha acaparado funciones antaño consideradas como soberanas por los estados.

Para empezar la U.E. es una unión de estados, y en cambio casi para nada es una unión de los pueblos. Estados y pueblos: dos categorías conceptuales que son disjuntas. No coinciden. Los estados de Europa se han formado a partir de fechas muy precisas, y nada remotas. Acudir a una fecha anterior a la paz de Westfalia (1648) sería hacer una demostración de apología de los estados-nación actualmente existente. Los estados-nación se hicieron a sí mismos siendo, antes que otra cosa, nada más que estados, máquinas de poder, concentración de poder. Las naciones que los integraban no eran sino pueblos que resultaron anexionados y conquistados a partir de un “centro” de absorción. Castilla fue el vórtice para todas sus periferias desde el siglo XV. Inglaterra lo fue para los pueblos celtas que la rodeaban. La Francia homogénea que hoy conocemos también es un producto del absolutismo monárquico, de la “estatolatría”.

La Europa de los pueblos, la Europa de las naciones sin estado, es hoy un asunto olvidado de forma lamentable por nuestros euroburócratas. La estúpida campaña del PPSOE no es otra cosa que un vertedero de insultos y una escenificación de reproches recíprocos entre los dos partidos de la Restauración Borbónica, teatro que siempre esta girando en torno a problemas “de España”, casi nunca sobre temática estrictamente europea, casi nunca sobre las políticas económicas, demográficas, agrarias, ecológicas, etc., que sin embargo son unos capítulos sobre los que la U.E. goza de amplias competencias, y que sí inciden de manera muy grave sobre los pueblos, sobre las regiones, sobre las naciones sin estado.

Han convertido las elecciones europeas en unas primarias de las elecciones “nacionales”. Y lo mismo han hecho con las municipales y las autonómicas: una especie de test o encuesta previa, y es así en especial en aquellas autonomías donde no existen grupos nacionalistas decisivos. El test PPSOE, es el test de las dos gotas de agua en asuntos verdaderamente cruciales: política económica, directrices europeas, modelo de vida a desear y planificar… Entre dos gotas de agua, hay poco que escoger. Además, y cuando les interesa a los políticos “oficiales”, el Estado de España casi no existe, según nos dicen ellos, es una especie de ONG “que vela por la solidaridad” entre autonomías, y demás paparruchas. Luego se ven las guerras de reconquista española que montan en Cataluña –por ejemplo- contra la generalización de un idioma no castellano. Los socialistas son el ejemplo del pragmatismo más cínico: “España” y lo “español” casi no es nada en unos contextos, vivimos casi en un maravilloso Reino Federal, nos dicen ellos. Además, Europa ha venido a quitarnos soberanía en cuestiones fundamentales, dicen también. Pero cuando se trata de reivindicar el islote de Perejil o darle caña a los nacionalistas “periféricos” allí donde no pactan con ellos no se cortan ni un pelo y lucen a gusto la rojigualda.

Mientras tanto, la U.E. mantiene a un buen ejército de euroburócratas y exparlamentarios que en sus respectivos estados sobraban, estorbaban y había que mandarlos a un exilio dorado. Mayor Oreja y López Aguilar eran trastos inservibles en su casa, y entonces el paquete se envía lejos, a las instituciones europeas que legislan y ordenan desde lejos, demasiado lejos.

Siempre estuvo Madrid demasiado lejos de la gente real, por ejemplo la gente de “provincias” o la gente del campo. Todavía recordamos aquella tragedia del incendio de Guadalajara, en el que murieron muchos bomberos en el campo. “Por una barbacoa”, dijeron. Nada se quiso sacar desde el PSOE sobre la imprevisión de medios o el rechazo del auxilio de comunidades vecinas. Se prohíben las hogueras en un secarral como España, y punto. Desde Madrid, y por imprevisiones de otros, desde despachos demasiado lejanos, vinieron órdenes y normas estrictas que hubieron de aplicarse incluso en la húmeda y casi siempre bien regada Asturies. En medio del orbayu, de la lluvia fina y constante de nuestros veranos, no se pudieron hacer las habituales hogueras de aldea, ora por motivos festivos, ora por razones higiénicas. Nada, que Madrid estaba muy lejos. ¡Imagínense Bruselas!

Bruselas hace y deshace en nuestras vidas desde una distancia todavía mayor. Los que dicen que la U.E. es un antídoto contra el estatalismo saben que mienten. La U.E. es una entidad monstruosa, una entidad de signo claramente capitalista y a los servicios de la gran acumulación de plusvalía. La U.E. no es “menos estado” ni en un sentido liberal ni en un sentido anarquista: sencillamente es el club de los estados-nación actualmente existentes y el instrumento de unos pocos de ellos con cuya primacía van a poder ejercer una suerte de neo-colonialismo sobre los demás. Rumanas y polacas recogen cosecha en Francia por 6 euros cada diez días de duro trabajo. El Ejido, el que un día fue uno de los mayores campamentos de esclavos de la U.E., es hoy un modelo generalizable en toda la Unión. La misma Unión maravillosa que en su día permitió los genocidios en las guerras de la antigua Yugoslavia. La misma “unión de destino en lo universal” que hace poco amparó y ocultó los vuelos secretos de la CIA. Y encima, el día de las elecciones europeas iremos cantando “el himno de la alegría”, porque somos más europeístas que nadie. Está muy mal visto ser euroescéptico, casi suena a “comunista”. Quiten, quiten…

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