Apuntes de Estocolmo, Suecia: Proletariado en exilio
escrito por Ivan Godosky (www.elclarin.cl)
martes, 07 de octubre de 2008
Hay cuentos que son bellos, otros son tristes y otros como las pelotas. En Suecia, Estocolmo, conocí un hombre del proletariado chileno, su nombre: Germán Pintana. Eso de Pintana es porque era de la población la Pintana. El apellido, le dije, no interesa a nadie..., importa la palabra, estimado, no el apellido. "Soy fabulista, compadrito, soy parte del proletariado en exilio" me dijo.
Era invierno. El frío escarchaba hasta los callos. Germán, andaba con mangas cortas. Lo conocí en el centro de Estocolmo. Entre centenares de chilenos que populan las calles de Estocolmo hay palabras y no apellidos.
"Hay proletarios chilenos en suiza, compadrito?" me preguntó. Mi respuesta no vaciló. Hay proletarios, tantos, pero se esconden en su nuevo estatus de refugiado y se reniegan entre ellos. "Me gusta su franqueza, compadrito", me dijo. "Sabe, y no es güeveo, yo soy el mejor fabulista del exilio. Si no me cree pregúntele a mi peor es ná porque si ella no hubiese nacido yo, compadrito, con mi barita, la habría hecho nacer, y no inventado como dicen los mermes en los foros de Internet. Oiga, rájese con un copetito, compadrito, ando más seco que Atacama".
Le dije que me indicara un lugar latino para ir a tomar una buena caña de tintolio. Me llevó a un restaurante de unos chilenos. Eran cerca de las tres de la tarde. Germán era conocido. Las mujeres del restaurante, lo saludaron con respeto.
En el exilio, compadrito, todos se odian. En el exilio todos se pelan. En el exilio todos se denigran. En el exilio todos se dan de cornudos y de vacas.
En el exilio, cuando se encuentran, se respetan, se elogian, se cuentan sus sueños, sus inversiones en Chile, sus orgullos y sucesos, sus polvitos en la cama de la gringa, los polvitos en la cama del gringo. Pelan al gringo o a la gringa: "harto frío el patas rubias: harto fría la mona rusia, pero valió la pena. O sino: los gringos la tienen corta... recorta, los chilenos, más corta.
El exilio de los cultos y de los que nunca pelarían al vecino. El exilio de los que nunca fueron proletarios sino que ricos e estudiantes de toda la filosofía de los pasos del cangrejo... Exiliados mateos, pero nunca roticuajos. El sueño de ser cuico, el sueño de vengarse del cuico, el sueño de mandar a la mierda un roticuajo, el sueño de ser reconocidos en Chile y ser recibidos como cuico y no como proletariado, el sueño de que a tu apellido le den una calle: Calle del cuico.
Mientras la chilena del restaurante nos ofrecía empanaditas de pino y pastel de choclo, Germán, me dio una mirada picaresca. "Traiga todo lo que sea fresco, pero no la cuenta porque esa si que es fresca", dijo y se lanzó a reír como loco. Germán tenía 40 años pero parecía tener sus sesentas. Su dentadura picada y sin la clemencia del tabaco y del copete era casi violeta. Sus palabras, bromas o no, eran como un bombardeo. "Soy aspirante al Premio Nobel del Gueveo, compadrito" me dijo. Se notaba su bondad, su abnegación de reírse hasta de él mismo. "Sabe, ahora que me pagó la cañita, puta que es paleta usted compadrito, se pasó, porque sabe aquí en Suecia ni el monarca más rasca del exilio le pagaría un copetito: Güeno, antes que me pierda en cahuines, sabe, yo fui príncipe del sajón de la aguada. Tuve ratas de oros,que, al sonar los doce cañonazos del medio día, se transformaban en vendedoras de pescados fritos para los operarios de la maestranza. Ratas gordas y finas, fíjese. Al medio día eran lindas mujeres de ojos redondos de pestañas duras y de cejas sencillas. Fiábamos pescados fritos y ensaladas de lechugas a luca y media, claro con un copete de pipeño blanco porque sin copete no hay salud: !salud! Señora otra caña de tinto que paga el compadrito suizo".
Germán fue hijo de un desaparecido. Llegó a Suecia por parte de un primo. Política nunca hizo. Era el maestro de los sueños, el enamorado del parque causiño y de bañarse desnudo en la laguna grande. Nunca se casó. En Suecia conoció a su compañera, una mujer de origen español, viuda dos veces, una de un peruano, otra de un chileno. Era feliz. A veces pasaba preso en la cárcel de Estocolmo, otras veces en un hospital, herido por pateaduras de otros exiliados latinos. "Soy feliz porque si ando con los ojos hinchados de tanto combo que me han regalado los picados, es porque puedo mostrarlos sin engaño ni nada... El exilio de los avispados, compadrito, porque camarón que se duerme se lo llevan en cana aquí en Suecia.
Pedí a la señora del restaurante dos pasteles de choclos y una botella de vino. Germán bebía con furia. Era como un filántropo piadoso que dejaba quemar su hígado. "me gustaría morir en Chile, compadrito, firme, me gustaría que me despellejaran y con me carne taparan hoyos de techitos de casas pobres... fíjese, y no es güeveo, si yo fuera presidente de Chile, haría una ley que obligara a todos los chilenos muertos a despellejarse para tapar hoyitos de casas pobres."
Germán, el generoso, Germán el idealista, Germán el inocente que ya lloraba en la mesa y pedía ver a su madre muerta y padre desaparecido. Germán el fabulista que abracé antes de volver a Suiza, Germán que recuerdo con hermandad porque llegó al Exilio sin saber que cosa era, Germán y sus tormentas de acusaciones, Germán el Mamut del chilenismo que nunca más volvería a ver porque la virtud de hombre se descubre una vez y no con dos viajes a Suecia. A Germán, el fabulista del proletariado.
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