“¿Acaso no matan a los caballos?”

escrito por Rafael Luís Gumucio Rivas / jueves, 12 de marzo de 2009
Nadie sabe cuándo terminará la crisis, ¿durará un año, cinco, diez o veinte? ¿Es una crisis o será una larga depresión? ¿Qué precio pagarán la clase media y los más desposeídos por la codicia de los especuladores? ¿Acaso la mano invisible se está convirtiendo en la mano que acogota?

¿Tendrá algún parecido con la depresión de de 1929-1939, o será aún más larga y penosa como la de 1873-1894, cuando todavía no existía la FED? ¿Estará el capitalismo en una etapa catatónica que ni siquiera responde a los poderosos paquetes estatales? ¿Cuántos millones de personas perderán sus casas y cuántas sus empleos? Hay que ser muy corto de vista y dogmático para creer que los mercados se autorregulan. ¿Quién iba a pensar que la CDU – de la Alemania Federal- haría pasar una ley de nacionalización de Bancos, sólo pensable para su partido homónimo de la extinguida RDA? Quién podría prever que las empresas automotrices y los dos principales bancos norteamericanos estarían, técnicamente, quebrados? ¿En que quedó aquello de que si le va bien a la General Motors le iría bien a Estados Unidos?

En todas las grandes depresiones, a través de la historia del capitalismo aparecen obras literarias, canciones y películas que retratan esos períodos atroces. En un artículo anterior sobre optimismo y pesimismo, traté de explicar la paradoja que en las crisis de fines del siglo XIX y la primera mitad del XX, predominaban los filósofos, sociólogos e historiadores de la decadencia; en la crisis actual lo hacen, principalmente, los premios Nóbel de Economía.

La depresión de 1929 dio lugar a una rica gama de canciones populares, de literatura y películas; dentro de las primeras podemos destacar “Hermano, ¿puedes darme diez centavos?, de R. Serves, que era tarareada y repetida durante el período de Roosevelt; La canción del desempleo, de Eisler y Weber; en la literatura, La cosecha roja, de Hammet (1929); ¿Acaso no matan a los caballos?, de Horace McCoy (1935); Amor en el paro, de Walter Greenwood (1933); Las uvas de a ira, de John Steinbeack; en el cine se pueden recordar dos famosas películas, entre muchas: El perro andaluz, de Luís Buñuel (1929), y El gran dictador, de Charles Chaplin.

Seguramente, algunos lectores recordarán dos novelas famosas llevadas al cine: “¿Acaso no matan los caballos?”, de H. McCoy, que se tituló, como película, Dancen idiotas - o también La danza de la ilusión- y Las uvas de la ira, de J. Steinbeack.

La película, “Dancen, dancen idiotas” fue dirigida por Sydney Pollack; la actriz principal fue Jane Fonda, y el protagonista, Michael Sarrazin; la historia transcurre en un salón de baile, donde se llevaban a cabo las maratones de la época de la depresión. Las parejas deben bailar durante semanas, meses, hasta que quedara la última pareja, ya desfallecida por el cansancio, y llevara el premio de mil dólares. A los 780 horas de iniciada la competencia sólo quedaban 26 parejas; todas las parejas debían bailar durante tandas de dos horas, con diez minutos de descanso. El ambiente de la película recuerda algo del absurdo del existencialismo: el ser humano cae en la mayor degradación a cambio de lograr comer, durante la duración del concurso – y mientras pudieran resistir- y de triunfar, los mil dólares. Era un “reality” brutal e inhumano.

La pareja de Gloria y Robert - protagonistas principales de la película - en la escena final, ella está a punto de morir y le suplica a su pareja, Robert, que la mate de un tiro en la sien; el diálogo final, que me sirvió de título para este artículo, “el policía pregunta, ¿por qué la has matado? A lo cual el aludido responde, “porque ella me lo pidió” ¿Ese es el motivo?, replica el policía.; Robert le responde: “¿Acaso no matan a los caballos?” Que Dios se apiade de su alma”. No faltan quienes interpreten este final como una defensa de la eutanasia.

“Las uvas de la ira” fue filmada por John Ford, en 1940; el actor principal fue Henry Fonda, protagonizada también por Jane Darwell. La familia Joad es despojada, por los banqueros, de sus tierras en Oklahoma, y se ven obligados a emigrar a la tierra dorada de California, a través de la famosa ruta 66. La película va mostrando la brutalidad y el abuso de los patrones y la resistencia de esta familia campesina que, poco a poco, va asumiendo posiciones más radicales en la crítica social; en un momento de la trama, el hijo de la familia exclama: ¿Por qué nos tratan peor que a los animales?

Sería largo seguir relatando los numerosos artículos de Prensa, trabajos históricos, novelas de ficción, y otras manifestaciones arte, que retrataron el profundo dolor del largo período de cesantía y miseria, que abarcó a Estados Unidos y gran parte de Europa. En esa época no había subsidio de cesantía, y muy poca protección para los trabajadores; la protección social se consolidó en “el nuevo trato”, de F:D. Roosevelt.

En la actualidad hay ciertamente una enorme antipatía, que aún no se ha transformado en rabia popular frente a los banqueros, los gerentes de la industria automotriz y los especuladores de Wall Street, y otros bandidos, que están hundiendo la economía mundial. A lo mejor, se explica que esta crisis no haya explotado, como en los años 30, por la existencia de distintos seguros que los trabajadores han conquistado a través de la lucha y que hoy les permiten sobrevivir, aun cuando sea en condiciones muy modestas.

Rafael Luís Gumucio Rivas
09/03/09