MEMORIAS DEL SUBDESARROLLO (1968), - 93 min -, de Tomás Gutiérrez Alea

Memorias del subdesarrollo, un filme de juventud permanente
Anubis Galardy (Prensa latina)

Basta repasar sus películas para comprobar cómo el legado del cineasta cubano Tomás Gutiérrez Alea (Titón) se mantiene sin perder un ápice de su profundidad y frescura, provocativo e incitante, intacto en su capacidad de riesgo.
La prueba más elocuente es quizás Memorias del subdesarrollo, trasmitida este verano en uno de los espacios televisivos de la isla, para disfrute masivo de cinéfilos pero, sobre todo, como regalo especial para un público joven.
Un público al que pone en contacto con las coordenadas históricas que le antecedieron, mediante una mirada lúcida y crítica que aborda la realidad desde planos contrarios, entretejidos en una relación dinámica, dialéctica.
Una realidad vista desde el prisma subjetivo del protagonista, Sergio, a la cual se contrapone la realidad vital, objetiva, que lo rodea “y que poco a poco va a ir comprimiéndolo en un cerco hasta sofocarlo al final”.
Obra de rotundo esplendor, filmada en 1968, audaz artística y conceptualmente, Memorias del subdesarrollo ha sido consagrada por la crítica internacional entre las 100 mejores de la historia del cine.
Basada en el libro homónimo de Edmundo Desnoes, Titón traduce a veces literalmente pasajes de la novela, y otras elige la libre interpretación cinematográfica, el placer del riesgo y la aventura del arte.
No nos importa en definitiva reflejar una realidad sino enriquecerla, excitar la sensibilidad, desarrollarla, detectar un problema, señala en sus apuntes de trabajo publicados en el número 45-46 de la revista Cine cubano, en 1968.
No queremos suavizar el desarrollo dialéctico mediante formulas e ideales representaciones, añade, sino vitalizarlo agresivamente, constituir una premisa del desarrollo mismo, con todo lo que significa de perturbación de la tranquilidad.
La cinta mezcla recursos de índole diversa, como lo confesó el propio Titón en sus notas: fotos, fragmentos de noticieros, documentos directos, testimonios, grabaciones de discursos, cámara oculta para el rodaje en la calle.
Con un guión abierto a lo imprevisible hasta el final –incluido los procesos de edición y doblaje-, y con las limitaciones que imponía el propio subdesarrollo, el cineasta sacó de esas limitaciones el máximo partido y apostó, sin dudar, todas sus cartas al juego.
“Debo decir que esta es la película en que más libre me he sentido (...), teníamos la convicción de que lo que estábamos realizando no iba a ser logrado plenamente, que iba a estar lleno de descuidos y suciedades”.
Pero también sabíamos que expresábamos lo que queríamos y que por lo tanto algo nuestro estábamos aportando, subraya.
De la cinta emerge la imagen de un país y una sociedad que nacen a tiempos nuevos, a un viraje radical en su historia, llevando sobre sus hombros la carga pesada del subdesarrollo.
Una sociedad que debe emprender un camino inédito, pero no recto y desbrozado, sino tortuoso y cambiante, salpicado de falsos atajos, cimentado a partir de tropiezos y errores. Un camino que debe descubrir por sí misma.
El resultado es una película deslumbrante, con una poderosa carga sugestiva, revolucionaria en el sentido más profundo y abarcador del término.
Compleja, lúcida, inteligente y sensitiva, en su momento el crítico del The New York Times, Peter Schjeldahl, la calificó de obra maestra. Es un milagro, dijo, y también una sacudida.
El cine de Titón, en el que la polémica, la lucidez, la ironía y el humor negro son componentes esenciales, incluye un puñado de filmes reveladores que ponen el dedo en la yaga de los problemas más agudos como una vía para enfrentarlos.
Además de la joya de Memorias del subdesarrollo, están La muerte de un burócrata, Las doce sillas, Los sobrevivientes, La última cena, y Una pelea cubana contra los demonios, incomprendida en su tiempo.
Pero vale citar sobre todo lo que constituye su filme-testamento Fresa y Chocolate, quizás el más hermoso y conmovedor de su cinematografía.
En una reciente entrevista concedida a BBC Mundo, su viuda, la actriz Mirtha Ibarra, con quien rodó Hasta cierto punto, evocó la honestidad del realizador, cuya obra es expresión de una absoluta coherencia ética y estética.
Siempre he hecho las películas que he querido, he dicho lo que he querido y he dado siempre el último corte, sostenía. La frase lo personifica de cuerpo entero.
“Las dificultades que entraña nuestro proceso, afirmaba, el reconocimiento de los obstáculos objetivos y la lucha incesante, obsesiva, contra los obstáculos subjetivos están en el centro de mi actividad como cineasta”.

Al servicio de ello puso su talento y un alto sentido de la responsabilidad.

MEMORIAS DEL SUBDESARROLLO (1968), - 93 min -, de Tomás Gutiérrez Alea