La Izquierda y las elecciones
| Ricardo Candia Cares / Punto Final
La relación de la Izquierda con las elecciones siempre ha sido extraña. Consideradas como la expresión de una democracia burguesa por unos, y por otros como la posibilidad de utilizar también ese frente en pro de las luchas populares, siempre ha habido detractores y defensores.
En los últimos veinte años, la Izquierda ha acudido presta al llamado institucional y finalmente, se las ha arreglado para llegar a las papeletas demostrando tanto su porfía como su mal ojo: cada vez no ha tenido sino números de lástima. Sería sólo bajo el amparo de la maquinaria electoral de la Concertación cuando por primera vez tres dirigentes comunistas accederían al Parlamento. Un pragmatismo, del cual aún no se pueden medir consecuencias, logró el portento. Atrás quedaría ese mosaico extraño de grupos y colectivos que alguna vez se llamó la Izquierda extraparlamentaria.
Las elecciones de noviembre próximo son las primeras después de las movilizaciones estudiantiles que han hecho trastabillar los sólidos fundamentos del modelo. Y cuando el movimiento estudiantil no fue capaz de levantar su propia opinión relativa a las elecciones, parte de sus dirigentes más señalados se las ingeniaron como abanderados de sus colectivos, sospechando que las secuelas fascinantes del paso de sus compañeros les serán favorables. Lo mismo habrán pensando algunos candidatos presidenciales, que asumiendo una representación de los movimientos sociales, se lanzaron, con rasgos disímiles, tras los votos enrabiados que suponen disponibles para ellos.
La Izquierda es dura de cabeza, sin remedio. Su historia es la de sus innumerables, latosos y estériles intentos por actuar de consuno. Extraña conducta para quienes son tan idénticos desde el punto de vista de los torturadores en sus mazmorras, y de los asesinos frente a sus paredones.
De pronto, en las calles se hizo presente la realidad para asombro de todos. Y de manera muy especial para quienes hace mucho venían soñando con algo parecido. Expresiones de Izquierda que no se conocían, asumían la conducción del movimiento estudiantil, desplazando, en algunos casos de manera categórica, a partidos que tenían larga trayectoria a la cabeza de las federaciones estudiantiles, fundándose una manera de hacer política sobre la base de consignas extrañas y pasadas para la punta.
Los poderosos tomaron nota del nuevo escenario, duchos en ataques y contraataques. Su olfato afinado en años, les informó que la cosa se venía complicada y comenzaron a tomar medidas que fueron desde amansamientos y dádivas, hasta la modernización de sus sistemas represivos.
Este proceso electoral está definido en sus contenidos y bordes por lo hecho por el movimiento estudiantil. Aquellos que siempre pensaron que los movimientos sociales no podían incursionar en política, coto exclusivo de máquinas partidarias, tuvieron que ajustar su corta visión. Se afinaron las mentiras y se perfeccionaron los mentirosos, y centraron sus fuegos en ofrecerlo todo mediante palabras que hablan pero no dicen. Se despedaza la derecha, y se intenta recomponer la Concertación con el no tan novedoso nombre de Nueva Mayoría.
Para Camila Vallejo, otrora furibunda crítica de su gestión y representación, la ex presidenta Bachelet ya no encarna los males que antes sí.
Mientras tanto, la Izquierda huérfana y extraviada en su nebulosa, no atina con alguna idea inteligente. Sus variados y numerosos candidatos se disputan la simpatía que generan los estudiantes y las rebeliones de las ciudades y pueblos. Y asumen su representación con la mayor voluntad, pero sin preguntarle a quienes dicen representar.
En este escenario, quien ha tenido una interesante arremetida, y ha cosechado las mayores adhesiones, y por lo tanto ha encendido las alarmas secretas y silenciosas del sistema, ha sido Marcel Claude.
En esta experiencia muchos centran esperanzas y sueños. Aunque algunos pesimistas creen que de repetirse lo mismo de siempre, esta aventura no hará sino contribuir al fracaso de la Izquierda, que ya parece consuetudinario.
Mirando por sobre la bruma que genera este entusiasmo comprensible, las elecciones sólo serán una real amenaza para los poderosos dueños y sostenedores del sistema cuando sean la verdadera expresión de una masa capaz de cambiar las cosas mediante su fuerza expresada de las formas más disímiles, cuando se ponga en riesgo la existencia del modelo tal y como lo conocemos. En ese momento, la crisis institucional que hoy se intenta controlar, llegará a un máximo que requerirá de una estrategia de poder en la cual el frente electoral será una táctica más. Las candidaturas a cualquier cosa van a tener un sentido de cambio sólo si se instalan como parte de un proyecto capaz de seducir a millones.
Las candidaturas de Izquierda que hoy se levantan serían un verdadero aporte si se proponen esa idea. Si después del conteo de votos continúan con el mismo ímpetu y mística constituidos en el primer paso, indispensable en cualquier camino por largo que sea, y no vuelven a ser el último de un nuevo fracaso
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