Yo viví en Cuba y le conozco las entrañas
escrito por Margarita Labarca / martes, 24 de febrero de 2009“Viví en el monstruo y le conozco las entrañas”, dijo José Martí para referirse al gran monstruo del norte. Pues yo nunca he vivido en el monstruo, felizmente; lo conozco sólo de pasadita. En mis tiempos casi nadie que fuera de izquierda iba a los Estados Unidos, no porque no quisiera conocer las entrañas del monstruo, sino porque no le daban visa. Sólo con que hubieras firmado un manifiesto contra el apartheid o estuvieras suscrito a una revista cultural polaca, los tipos lo sabían y te negaban la visa.
Pero sí le conozco las entrañas a Cuba. No estuve ahí invitada “a cuerpo de reina”, no fui como turista, no fui en misión política o comercial: me fui a vivir a Cuba con mi familia, con mis hijos pequeños. Y conocí bien las entrañas dulces y generosas de Cuba; a mí no me cuentan cuentos. Yo fui de aquellos a que se refiere Pamela Jiles que se comieron la comida de los cubanos y que ocuparon un departamento en Alamar sin haber hecho ningún mérito para ello, sólo por ser chilena y perseguida por la dictadura.
Durante 6 años pasé las mismas escaseces y tuve las mismas limitaciones que cualquier cubano, hice los más grandes amigos de mi vida, me transformé en un mejor ser humano, mis hijos adquirieron unos principios morales que los han acompañado y los acompañarán toda la vida porque nunca se olvidan de que en Cuba les enseñaron que debían ser como el Che.
Los cubanos me ayudaron, me apoyaron, me dieron todo lo que tenían; yo y mis hijos fuimos objeto de la solidaridad conmovedora del pueblo, de su gente más modesta que eran mis vecinos, mis compañeros de trabajo, que se convirtieron en mis hermanos. Lloraron conmigo por los amigos chilenos muertos, cuidaron a mis hijos porque tenía que dejarlos solos para ir a trabajar, me regalaron una lata de leche condensada cuando a mí no me alcanzaba, me acompañaron al médico cuando estaba enferma. Gabino, el chofer del ministerio, mi hermanito, me traía a veces de vuelta a mi casa en su auto destartalado que funcionaba con “espíritu de gasolina” para que no llegara tan tarde a ver a los niños, mientras me contaba sus aventuras en Angola. Catalá, mi jefe, el hombre más sabio y más modesto que he conocido en mi vida, pacientemente traducía los chilenismos de mis escritos a los debidos cubanismos. Mayra, mi amiga del alma, me levantaba el ánimo contándome de su lucha en la sierra. Mi vecino del lado venía a cualquier hora a matarme una cucaracha porque yo les tenía fobia y no me atrevía ni a acercarme, el otro que vivía como a tres cuadras venía a ponerme la bomba del agua cuando ésta se descomponía. Y todo lo hacían sonriendo, con infinito cariño, con infinito respeto, como si en cada uno de nosotros estuvieran viendo a Allende.
No fui yo sola, fuimos muchos. Nos acogieron, nos cuidaron, restañaron nuestras heridas, nos devolvieron las ganas y la alegría de vivir.
Todo lo referían a Fidel. Si algo no funcionaba, si algo estaba mal, como ocurre en todas partes, decían: “Es que Fidel no lo sabe… Si Fidel supiera esto…” El respeto y el amor por Fidel eran y son infinitos, eso es lo que la gente desde fuera no entiende.
Entonces yo ahora digo: si Fidel quiere decir que le demos una salida al mar a Bolivia, que lo diga, que diga lo que le dé la gana, que tiene todo el derecho a hacerlo.
Porque además, esa es la única postura inteligente. No es por puro idealismo, no es sólo porque “Ay, pobres bolivianos, no deberían estar encerrados”. Es por conveniencia nacional también, porque los bolivianos tienen el gas que nosotros no tenemos, porque tienen el yacimiento de litio más grande del mundo, el litio, el mineral del futuro que servirá para construir baterías de auto no contaminantes. Dentro de poco Bolivia va a ser uno de los países más ricos y poderosos de América Latina.
Entonces ¿tiene o no tiene razón Fidel al decir que hay que darles una salida al mar?
¡Por favor, caballeros!, como diría un cubano.
MARGARITA LABARCA GODDARD
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